Todo esto (y mucho más) decíamos los argentinos hace cuatro años: “a Mascherano lo mandás a negociar con los fondos buitres y te trae el vuelto”; “Mascherano depositó dólares y recibió dólares”; “Mascherano no hace flexiones de brazos, empuja la Tierra”; “Mascherano puede hacer fuego frotando dos cubos de hielo”. Así hasta el infinito, sobre todo después de aquella barrida providencial en la semifinal contra Holanda y de la arenga a Romero (“¡hoy te recibís de héroe!”) en la previa de los penales. De Brasil a Rusia, Javier Mascherano ingresó en una espiral devaluatoria difícil de fundamentar más allá del irrespetuoso “club de amigos” de Messi.
Viajó de indiscutible a prescindible. Pero la vida y el fútbol dan toda clase de vueltas y Mascherano, que parecía desahuciado, será titular contra Islandia. La suya es una historia interminable.
¿En qué momento quedó Mascherano bajo el reflector de la crítica impiadosa y descalificatoria? Para muchos fue más fácil endilgarle la responsabilidad por las tres finales perdidas a él que a Lionel Messi. A fin de cuentas, lucía como un veterano en retirada, ideal para transformarlo en chivo expiatorio y estandarte de una generación “que no ganó nada”. Ese acto de injusticia hermanó a cierta prensa petardera -esa capaz de darlo todo por un punto de rating- con el sector del público que clama por la renovación del plantel.
Lo difícil para esas voces es contestar la pregunta: si no es Mascherano, ¿quién? ¿Quién es capaz de liderar dentro y fuera de la cancha? ¿Quién es capaz de ponerse la camiseta de la Selección sin sentirla como un yunque sobre los hombros? ¿Marcone? ¿Ascacíbar? ¿Musto? Esos son los nombres que se tiraron sobre la mesa.
Lo llamativo es cómo encastró Mascherano en el rompecabezas de Jorge Sampaoli. El DT nunca lo aceptó públicamente -al menos no hay declaraciones al respecto-, pero se sabe que durante sus primeros pasos al frente del equipo Mascherano no aparecía en carpeta. Se dudó de su convocatoria, y cuando llegó el llamado era para ocupar el mismo puesto que en Barcelona: la última línea.
“Para Sampaoli es defensor”, se rumoreaba desde el entorno. Mascherano se hizo cargo de la situación, se mantuvo en el grupo con actitud positiva y fue a partir de ese rol que se fue operando el cambio en la cabeza del DT.
Una vez que tuvo la certeza de que no recuperaría la titularidad en Barcelona, Mascherano eligió el exilio. Fue un caramelo para los detractores. ¿Lo van a llamar jugando en China, una liga de pésimo nivel, esa en la que se refugió Lavezzi? Y esto de la mano con una realidad innegable: su nivel fluctuó, en el club y en la Selección, con un punto bajísimo como fue el partido contra Perú en Lima. Mascherano sabía que era una opción arriesgada, pero privilegió la posibilidad de mantenerse activo dentro de la cancha. Sampaoli lo valoró. Muchos no.
El sábado saldrá a la cancha un Mascherano con 34 años recién cumplidos. La edad que tendrá Messi en el Mundial 2022. Las comparaciones no pasan por lo futbolístico, sino por lo simbólico. Hasta hace unas semanas se daba por seguro que la mitad de la cancha seria Biglia-Lo Celso o Biglia-Meza. El que no resignó sus posibilidades fue Mascherano y los días de práctica en Bronnitsy oficiaron de revulsivo en el entrenador, decidido a equilibrar la mitad del campo con una dupla capaz de recuperar y ordenar en partes iguales. Si los cuatro de arriba (Di María, Messi, Meza, Agüero) se dedicarán a esmerilar la resistencia islandesa y si los laterales (Salvio, Tagliafico) irán al ataque sin descanso, resultará imprescindible solidificar el medio. Será la misión de Mascherano y de Biglia, el doble cinco histórico que vuelve por la puerta grande.
Tres Mundiales, cinco ediciones de la Copa América y dos Juegos Olímpicos (en ambos con la medalla de oro en el pecho, para recordarles a los repetidores del “no ganó nada”) conforman el acervo futbolero con el que Mascherano se presentará en el estadio del Spartak moscovita. Con camiseta negra y el 14 (su número) en la espalda. La sensación es que para Mascherano fueron cuatro años contra todo y contra todos, esos en los que se confesó “cansado de comer mierda”. Pero ahí está, sin margen para rendirse. A fin de cuentas, ya anunció que es su despedida de la celeste y blanca. Porque de Mascherano podrá decirse mucho, pero jamás que podría traicionar a los colores que ama. Sería traicionarse y eso no forma parte de su naturaleza.